sábado, 6 de septiembre de 2014

Tragedia y Paradoja (De Antoine Violamama/Antonio Pineda)

  Un hombre, de gesto disgustado –hasta con éste mismo–, camina rápido, con la cabeza agachada, la espalda encorvada, los ánimos quebrados... y la garganta y jeta soslayados por un nudo y una caricia –que hizo sufrir en lugar de consolar–, respectivamente.
  Choca este trágico, este mártir, o Ícaro, o pendejo protagónico con otro.
  Voltea el otro.
—¿Por qué tanta prisa? Será que vas por aquí, a un buen lugar de esta vida...
—No sé a dónde voy.
—¿Y por qué vienes de negro? Será que también estás de luto, como yo...
—Siempre visto de negro.
—Entonces, si caminas rápido sin lugar a dónde llegar, y vistes como quien anda en pena... ¿Será?... ¿Qué será? —Quedó perplejo, con la expresión del otro; sólida y fría.
—Sólo lo hago porque pienso que si ando rápido y veloz, por aquí en la vida, pasará de igual forma; se llegará a dónde se tenga que llegar, se pasarán penas cuanto sean suficientes, y se terminará en cuanto sea posible. Con permiso, llevo prisa.
  El apresurado se despide con un gargajo directo a la frente.
  El calmado le despide de igual forma –con la garganta y jeta igual de soslayados–, escupiendole a los pies.
—...¿Será que vas a donde yo ya fui, que sin saberlo, te diriges al lugar de donde vengo yo, y que, menos aún, mañana estarás de vuelta, aquí, penandote a ti mismo, por tu propia pérdida, deseando reinventar el pasado y seguir queriendo alcanzar al futuro, para terminar escupiendole a las faldas de tu tumba, donde tú mismo te enterraste?
  Sigue corriendo, a ningún lado...