domingo, 19 de octubre de 2014

Asequibilidad

–Asequibilidad–

La pared
murmulla
el silencio
más oscuro.

Entre ella atraviesa
el sonido de la espesa
sangre fluir; es el hábitat
del anacoreta, que loco
se ha vuelto por
tener que escucharse
a sí mismo, sin
ecos ni repeticiones,
sólo por el oblongo
y seco sonido de su voz,
transportado en el
espacio hueco
del cuarto más silencioso,
el más penitente,

y tapizados sus muros
con los rostros de la
sombra más grande:
el pasado, de expresiones
y lívidos famélicos
y aterrados, llenos
o hartos o muertos
de sí mismos,
persuadidos por el
murmullo maldito
del falso ascetismo,
el que pronuncia la
asequibilidad; poder acercarse
un poco más a la cima,
al triunfo saqueado
y violado por otras mil
sombras más,
al poder hacerse asequibles,
y morir sin pena
fuera del ojo ajeno,
y sólo el tiempo como
verdugo y testigo, sin juicio
o prejuicio que atrase esa
involuntaria eutanasia,
que ni las paredes avasalladoras
de la cueva del santón
puedan callar, sólo y
sólo dentro de su espacio
puedan murmurar su gansa
y vil copia del grito de sufrir
que cada invitado esbozaba,
cada presa atrapada sin
otra salida mas que el
morir, engañada por la soez
asequibilidad de llegar hasta
el cenit de las luces, allende
la trascendencia mesurable
de lo material y palpable, y romper
los esquemas, y saltar al ser;
y ser, ¡oh!, ser el nuevo
concepto de perfección,
el silencio que habla, la pureza
del ruido que macula el casto
lienzo de la humana y poética vida
del pobre poeta en el exilio,
faquir de sus propias palabras.

Desterrado
por sí mismo,
al recinto del
Anacoreta,
obligado a escucharse
una y otra vez...
arrancandole sentido
a sus palabras ya
vacías y huecas, en el
gastado aire seco
y silencioso,
y asequible...

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