miércoles, 22 de octubre de 2014

El Zanate

Un Zanate,
de ojos amarillentos
como el oro
y plumas negras con
un brillo que asemeja
a las del Azulejo...
un Zanate,
que no brinca ni vuela,
que sólo anda con cautela
por la ligera y alta
malesa de un jardín,
frente de mí.

Pasa desapercibido
a los ojos del día,
busca no ser visto,
y también qué comer.

Observa con paciencia
los surcos del suelo,
y congela su mirar
con frío desprecio
a quien lo vea pasar.

Éste, es un Zanate
qué ambiciona y
hurta las facultades
del día, o de
aquellos que lo
miran al escabullirse;
como fue el sol,
un Azulejo,
y yo...

Que vil y soezmente
me he atrevido a escribir
y a relatar sus crímenes,

y es lo último que haré,
¡pues no se me olvida
que éste pájaro negro
y simple se llevará
mi habilidad de
creerme un Bardo!...

Ya comienzo a sentirme
muerto, mátenme ya.
Sigo aquí y de pie
sólo porque a mi carne
no le ha dado el gusto
de pudrirse y desprenderse
de mi sombra y espinazo,
porque falta aún que caiga
la última pluma colorida
del exangüe cuerpo del
Azulejo; falta aún
que se ponga el sol.

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