—Rapsodia—
I: Los perros
Está a punto de oscurecer
y el viento vaticina en mis ojos
una noche de ideales, sequía,
y discursos para funerales,
y está vez, bajo una luz de sesenta watts, la Luna
se vislumbra más y mejor
que el Otoño anterior.
Las nubes oblongas, que en el cielo
apuntan a donde se hallan mis ideales
de pesar, hacia el mero y sangrado
horizonte, entre la mera convergencia
del índigo tácito albor de la noche
y la cálida carmesí despedida de las luces,
éste crepúsculo acuñado entre cerros y montes,
límites que barrican la Polis, se hallan,
al revés de mí, los perros ladrando
con bravura y desasosiego;estoicamente
maldiciendo en su rupestre lengua
a los finos colores, luces y calores,
que cobijan y sosiegan a la Polis,
y de su lado el frío les carcome
los cuerpos, hebra por hebra,
y la pedregoza oscuridad ciegos los deja.
Atemorizados por sus sombras,
que ahora fuera del suelo están
y entre sí y estás se rosan,
ellos siguen aullando por calor.
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