viernes, 1 de mayo de 2015

Hoy confió menos en este mundo



—Hoy Confío Menos En Este Mundo—

Hoy es el último día que creo en esperanzas. Me he dejado llevar por falsos profetas, sueños y pasiones utópicas incumplidas, he vivido dentro de una vida estructurada por mi propia inocencia, dentro de mi causalidad personal, hecha sobre medida y diseño, sólo pa' mí, mis estigmas, arquetipos y personalidades. 

Creo que tengo náusea, pero no es por el tequila, o por cantar desmedidamente con los viejos amigos; creo que tengo la náusea de Jean-Paul, esa que sólo la eutanasia –asistida únicamente por esas personalidades y sombras que siempre acompañan a uno me podría quitar. Pero, ¡por supuesto!... ¿Qué se puede esperar de la vida después de haber dejado de girar en aquella columna tan propia de la que les hablo con desprecio? Únicamente me queda esperar a que se disipe mi náusea, entre lágrimas y la melodía de La Stravaganza, La Serenissima, o bien, mis predilectas para evadir alguna idea de exterminación personal: La Follia y el primer movimiento –única y exclusivamente– de Winter. Alguna –o todas– de esas piezas mezcladas entre hojas de poemas apestosos a bilis y rencor, tristeza y soledad, mojados por las lágrimas que lloran más por no poder fumar un cigarrillo que por esos rencores o tristezas que se llevan guardados por mucho tiempo.

Y eso, tener la mente hecha una antología de malas experiencias, recuerdos; haberme vuelto la biblioteca de los rencores con tienda de añoranzas incluida –¡te regalamos un suspiro de cortesía por cada una que te lleves!–, a precio de turista, es lo que me ha dejado sin una diminuta pizca de confianza en cualquiera que no sea yo mismo, me puso en este lugar, en medio de este excepcional aeronazo, sin abrigo alguno más que el húmedo y pestilente calor de mi aliento, con un aroma a carroña por haber revolcado mi lengua con tantas mentiras y sandeces, blasfemias, vicios y deshonras hacia mí mismo y mis propias convicciones.

Ahora, hoy, me percato que todo este tiempo y sin haberme dado cuenta de ello, he sido una mera e icónica burla o parodia o paradoja de mí mismo y de mis sensacionales –sin exagerar mucho ni tan poco el narcisismo– convicciones y doctrinas personales: añorando la perpetua verdad, pero estando en círculos de mequetrefes, adictos y mezquinos; la escoria más deshonesta y traicionera, confiando ciegamente en más de uno, creyendo firmemente en las palabras del maestro Niche, que la esperanza es el peor de los males y prolonga el tormento del hombre, pero cegándome y dejándome arrastrar por el talante sombrío de la serotonina, dopamina y oxitocina; mi Velocet, Synthemesco y Drencrom. Y, por último ignorando la sabia, omnisapiente e inequívoca palabra de aquella espina que el creador o creadora –sea quien fuere– me ha otorgado como privilegio, una espina de desconfianza, inamovible de mi rasudoque –ya que entramos al joroschó nadsat–, que siempre me ha guiado de vuelta al cauce del río, trabajando también como la Providencia, proveyéndome de la necesaria luz para combatir con temple y honor el oscuro engaño, sin esperar perdón por mis ofensas y no perdonando a quienes me ofendan, pero librándome de todo mal, de toda ignorancia del tipo aristotélica… amén.

Ahora, a la medianoche –no importa de qué día, mes o año hablemos, sólo importa que sea la medianoche–, llevando estas palabras de mi gulivera hacia este lontico virtual de papel, comienzo a cavilar que algo me han dejado dentro mis contradicciones; volver a esperanzarme y haberme seducido por las reacciones naturales de mi ser… me han vuelto no sólo una contradicción ideal, sino, una vez más, una trágica paradoja andante, la cual por supuesto terminará en tragedia.

Hoy, definitivamente, dejo de confiar en este maldito y traicionero mundo, y para no volver a cometer equivocación alguna, dejo de confiar en mí mismo, mi sombra y mis ideales. Estaré, sola y únicamente, vivo para seguir en busca de la verdad, al menos con una quedaré satisfecho…

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