sábado, 31 de enero de 2015

Gorjeo interno

—Gorjeo Interno—

La alondra mística ha agachado
la cabeza, ha escondido su crestilla
y negado su canto al primer rayo
del albor, por haberle cegado la vista
hace unos albores atrás, quemándole
los prospectos de su simplista vida
Aero-urbana sobre árboles y tejados.
Ahora, la alondra no sale de casa,
se ahoga en periódicas dosis de clonazepam
y lombrices de grenetina, mientras
su pupila se engrosa más y más,
dejando cada vez menos espacio al ámbar
de su iris, así como los cantos y trinos suicidas
van carcomiendo el interior de su cráneo.

miércoles, 28 de enero de 2015

El Rey del mundo se sentía solo



—El Rey Del Mundo Se Sentía Solo—

  Acabo de nacer. De nuevo, me parece.

  Sin bautizar, de nuevo, y nombrado como Antonio Augusto de Mefisto Caborca. Mi madre murió al parirme, me agradó complicar las cosas. Me fue suprimido mi apellido materno: Comeau. Hice sangrar a mi doliente y feliz madre por culpa de mis pies, que salieron abiertos, atorándose en el cuello de su útero, y eso hizo que se lo destrozara por completo. Yo perdí mi pierna izquierda, pues el doctor Naranjo no estaba capacitado ni siquiera para inyectar una vacuna.

  Gracias a mi impedimento recibí regalías durante dieciocho años de parte del doctor, y, también, toda la atención de mi pobre y viudo papá, pues creía que había “venido a sufrir”, y yo siempre creía que pensaba que yo había venido a hacer sufrir. Tal vez las dos cosas. Pero lo mejor era mi madre postiza, una mujercita cerca de quince años más joven que el viudo de papá, pues cuando cumplí mis doce años, la mujercita y mujerzuela me arrebató todas mis pocas ideas de éste pequeño mundo de comodidades y se las metió en su sexo. Me despojó de mis horas de juego y berrinche, de mis ropas y de todas mis cuestiones sobre todo lo que había más allá de los jardines de casa. Además de ser mi nodriza y primer amante, se convirtió en mi Scheherezade del mundo y vida crueles.

  Por tres años fui educado para el sexo y la manipulación del individuo, el inútil, sumiso, que se deja aplastar por la propia indiferencia, las falsas morales y el dolor de la empatía, mal interpretada. Y todo fue de maravilla hasta cumplir mis quince años: fui despojado y exiliado de mi pequeño imperio. Y sucedió todo gracias a mi regalo de parte de Justina: Mi madre postiza, amante y maestra.

Y así, como Adán y Eva, nos desterraron del Edén, la comodidad, el confort. La opulencia. Y así, comenzó mi reinado… Seguí recibiendo mis regalías, y mi Justina comenzaba a dedicarse al exótico masaje nuru, a altos precios y para exclusivos clientes. Encontramos, fácilmente, un lindo y amplio hogar, con patios y fuentes y cuartos. Era perfecto e ideal, me decía mi Justina Scheherezade, pues estaba encinta. Esperábamos a tres niños, dos varones y una nueva mujercita, perfecta para llenarme más los bolsillos.

  Pero yo no lo deseaba así. Tony Caborca ni iba a desperdiciar su vida cuidando engendros que le destruirían toda su vida, ¡y menos a los diecisiete años! Aún era el príncipe del sufrir, y mi amor con Justina seguía siendo ilegal. Faltaba, aún, para llegar a mi auge real.

  Y fue cuando nacieron, el día más terrible de mi vida: pues era, también, mi cumpleaños número dieciocho, y perdía toda la estabilidad y progreso en dos frases: “Son trillizos” y “Es usted mayor de edad”. Debería, ahora, partirle las piernas a mi primogénito, Antonio Lucio, a al más pequeños, Antuán Tesla. Pero aseguraba que nada le pasaría a mi linda niña, Bruma. De momento, nada.

  Pasaron tres años, tan rápido como el anuncio de la muerte del pobre Antón Zaratustra Caborca Medrano, mi acongojado, viudo y solo padre. Y era momento de arreglar mis cosas, mi hogar. Momento de forjar el inicio de mi reino.

  Y así, como Saturno a sus hijos, devoré a mis dos muchachos, y grande fue mi fortuna, ya que mi Justina se opuso a tal acto, escondió a la pequeña y se enfrentó ante el Rey Caborca: Sus garras me surcaron los brazos y la cara, dejándome ésta con cicatrices, pero sólo a eso llegó. Y como mi amante y maestra ya no tenía nada más qué enseñarme, no obtuvo mi perdón. Los tres fueron devorados. Y mi Bruma todo lo presenció.

     ¿Por qué, papito?
     Es amor, mi niña. Amor a la egolatría.

  Después de aquel momento, el tiempo era de sobra, mi castillo se construía solo, y mi pequeña disfrutaba ver el caos. Cada vez me arrepentía más de cerrar ese trato, vendiéndola por varias fortunas, jurado a entregarla a los quince años de su Albor. Asegurándome que nadie me quitaría mi trono.

 Pasó un par de parpadeos para darme cuenta que, por fin, era el Rey del mundo, de nuevo. Y bastó otro parpadeo para que Isabel Pessoa tocara mi puerta y me hiciera todo lo que mi amada Justina nunca me dio, amor real. Y fue al día siguiente, mes o año, que tuve que entregar a mi Bruma a cambio del poder.

     ¿Por qué, papá?
     Por amor. Simple amor a mi egolatría.

  Y fue mi primer error, pues no hizo falta parpadea o dar un suspiro para que todo cambiara y me derrumbara. Mi Isabel enfureció al ver que ofrecía a mi propia hija a cambio de tierras, gente, influencias y vil dinero.

     ¿Por qué, Mefisto?
     Por mí y mi amor. Porque soy el Rey.

  No bastó más que una mirada y un golpe para terminar conmigo. Mi Isabel me dejó, y dejó a todos. Desde el balcón principal saltó. Mi hija me odió hasta el último momento de su vida. Entre sus gritos de dolor percibía odio hacia mí.

  Ahora, tengo cuarenta años y perdí todo. ¿Por qué lo hice todo así?

     Por amor. Amor a mi sola egolatría.

He venido a sufrir, por haber hecho sufrir…