—Hoy
Confío Menos En Este Mundo—
Hoy es el último día que creo en esperanzas.
Me he dejado llevar por falsos profetas, sueños y pasiones utópicas
incumplidas, he vivido dentro de una vida estructurada por mi propia inocencia,
dentro de mi causalidad personal, hecha sobre medida y diseño, sólo pa' mí, mis
estigmas, arquetipos y personalidades.
Creo que tengo náusea, pero no es por el
tequila, o por cantar desmedidamente con los viejos amigos; creo que tengo la
náusea de Jean-Paul, esa que sólo la eutanasia –asistida únicamente por
esas personalidades y sombras que siempre acompañan a uno– me podría quitar. Pero,
¡por supuesto!... ¿Qué se puede esperar de la vida después de haber
dejado de girar en aquella columna tan propia de la que les hablo con
desprecio? Únicamente me queda esperar a que se disipe mi náusea, entre
lágrimas y la melodía de La Stravaganza, La Serenissima, o bien, mis
predilectas para evadir alguna idea de exterminación personal: La Follia
y el primer movimiento –única y exclusivamente– de Winter. Alguna –o
todas– de esas piezas mezcladas entre hojas de poemas apestosos a bilis y
rencor, tristeza y soledad, mojados por las lágrimas que lloran más por no
poder fumar un cigarrillo que por esos rencores o tristezas que se llevan
guardados por mucho tiempo.
Y eso, tener la mente hecha una antología de
malas experiencias, recuerdos; haberme vuelto la biblioteca de los rencores con
tienda de añoranzas incluida –¡te regalamos un suspiro de cortesía por cada una
que te lleves!–, a precio de turista, es lo que me ha dejado sin una diminuta
pizca de confianza en cualquiera que no sea yo mismo, me puso en este lugar, en
medio de este excepcional aeronazo,
sin abrigo alguno más que el húmedo y pestilente calor de mi aliento, con un
aroma a carroña por haber revolcado mi lengua con tantas mentiras y sandeces,
blasfemias, vicios y deshonras hacia mí mismo y mis propias convicciones.
Ahora, hoy, me percato que todo este tiempo y
sin haberme dado cuenta de ello, he sido una mera e icónica burla o parodia o
paradoja de mí mismo y de mis sensacionales –sin exagerar mucho ni tan poco el narcisismo–
convicciones y doctrinas personales: añorando la perpetua verdad, pero estando
en círculos de mequetrefes, adictos y mezquinos; la escoria más deshonesta y
traicionera, confiando ciegamente en más de uno, creyendo
firmemente en las palabras del maestro Niche,
que la esperanza es el peor de los males y prolonga el tormento del hombre,
pero cegándome y dejándome arrastrar por el talante sombrío de la serotonina,
dopamina y oxitocina; mi Velocet,
Synthemesco y Drencrom. Y, por
último ignorando la sabia, omnisapiente e inequívoca palabra de aquella espina
que el creador o creadora –sea quien fuere– me ha otorgado como privilegio, una
espina de desconfianza, inamovible de mi rasudoque
–ya que entramos al joroschó nadsat–,
que siempre me ha guiado de vuelta al cauce del río, trabajando también como la
Providencia, proveyéndome de la necesaria luz para combatir con temple y honor
el oscuro engaño, sin esperar perdón por mis ofensas y no perdonando a quienes
me ofendan, pero librándome de todo mal, de toda ignorancia del tipo
aristotélica… amén.
Ahora, a la medianoche –no importa de qué
día, mes o año hablemos, sólo importa que sea la medianoche–, llevando estas
palabras de mi gulivera hacia este lontico virtual de papel, comienzo a
cavilar que algo me han dejado dentro mis contradicciones; volver a
esperanzarme y haberme seducido por las reacciones naturales de mi ser… me han
vuelto no sólo una contradicción ideal, sino, una vez más, una trágica paradoja
andante, la cual por supuesto terminará en tragedia.
Hoy, definitivamente, dejo de confiar en este
maldito y traicionero mundo, y para no volver a cometer equivocación alguna,
dejo de confiar en mí mismo, mi sombra y mis ideales. Estaré, sola y
únicamente, vivo para seguir en busca de la verdad, al menos con una quedaré
satisfecho…