miércoles, 22 de octubre de 2014

El Zanate

Un Zanate,
de ojos amarillentos
como el oro
y plumas negras con
un brillo que asemeja
a las del Azulejo...
un Zanate,
que no brinca ni vuela,
que sólo anda con cautela
por la ligera y alta
malesa de un jardín,
frente de mí.

Pasa desapercibido
a los ojos del día,
busca no ser visto,
y también qué comer.

Observa con paciencia
los surcos del suelo,
y congela su mirar
con frío desprecio
a quien lo vea pasar.

Éste, es un Zanate
qué ambiciona y
hurta las facultades
del día, o de
aquellos que lo
miran al escabullirse;
como fue el sol,
un Azulejo,
y yo...

Que vil y soezmente
me he atrevido a escribir
y a relatar sus crímenes,

y es lo último que haré,
¡pues no se me olvida
que éste pájaro negro
y simple se llevará
mi habilidad de
creerme un Bardo!...

Ya comienzo a sentirme
muerto, mátenme ya.
Sigo aquí y de pie
sólo porque a mi carne
no le ha dado el gusto
de pudrirse y desprenderse
de mi sombra y espinazo,
porque falta aún que caiga
la última pluma colorida
del exangüe cuerpo del
Azulejo; falta aún
que se ponga el sol.

domingo, 19 de octubre de 2014

Asequibilidad

–Asequibilidad–

La pared
murmulla
el silencio
más oscuro.

Entre ella atraviesa
el sonido de la espesa
sangre fluir; es el hábitat
del anacoreta, que loco
se ha vuelto por
tener que escucharse
a sí mismo, sin
ecos ni repeticiones,
sólo por el oblongo
y seco sonido de su voz,
transportado en el
espacio hueco
del cuarto más silencioso,
el más penitente,

y tapizados sus muros
con los rostros de la
sombra más grande:
el pasado, de expresiones
y lívidos famélicos
y aterrados, llenos
o hartos o muertos
de sí mismos,
persuadidos por el
murmullo maldito
del falso ascetismo,
el que pronuncia la
asequibilidad; poder acercarse
un poco más a la cima,
al triunfo saqueado
y violado por otras mil
sombras más,
al poder hacerse asequibles,
y morir sin pena
fuera del ojo ajeno,
y sólo el tiempo como
verdugo y testigo, sin juicio
o prejuicio que atrase esa
involuntaria eutanasia,
que ni las paredes avasalladoras
de la cueva del santón
puedan callar, sólo y
sólo dentro de su espacio
puedan murmurar su gansa
y vil copia del grito de sufrir
que cada invitado esbozaba,
cada presa atrapada sin
otra salida mas que el
morir, engañada por la soez
asequibilidad de llegar hasta
el cenit de las luces, allende
la trascendencia mesurable
de lo material y palpable, y romper
los esquemas, y saltar al ser;
y ser, ¡oh!, ser el nuevo
concepto de perfección,
el silencio que habla, la pureza
del ruido que macula el casto
lienzo de la humana y poética vida
del pobre poeta en el exilio,
faquir de sus propias palabras.

Desterrado
por sí mismo,
al recinto del
Anacoreta,
obligado a escucharse
una y otra vez...
arrancandole sentido
a sus palabras ya
vacías y huecas, en el
gastado aire seco
y silencioso,
y asequible...